Periodismo, memoria, sociedad

El deber de incomodar | Una crónica de la batalla por la memoria

El aire en la sede de la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD) es denso. Se podría decir que es el aire contaminado de Santiago, pero no. Es un aire cargado de una lucha que no envejece. El salón principal (que se hizo pequeño para este seminario), al igual que toda la casa, no es un espacio neutro: está construido sobre décadas de luchas por buscar a sus familiares desaparecidos en dictadura.

En este lugar las palabras resuenan. Gaby Rivera, presidenta de la AFDD, abre la jornada con una verdad gigante: “Un país que no se hace cargo de su historia, una sociedad que no se mira con los horrores que ocurrieron, vuelve a repetir esa dolorosa y trágica historia”.

Se da inicio al seminario con un diagnóstico evidente. Y es que el silencio en los grandes medios de comunicación impuesto por la dictadura continúa hasta la actualidad, mucho más sutil, pero aun así sigue operando en democracia.

Censura “mutante”

En los años 90, la transición fue una paradoja. Los panelistas lo recuerdan bien. Revistas como Apsi, Análisis y Cauce (aquellas que funcionaron en plena dictadura), junto a radios como Cooperativa, fueron la trinchera desde donde se resistió al régimen de Pinochet. Fueron la voz de un pueblo que no podía expresarse.

Sin embargo, la llegada de la democracia fue la sentencia para estas revistas. La “justicia en la medida de lo posible” trajo un pacto de silencio y una asfixia económica que barrió con esos medios críticos.

La censura no desapareció, simplemente mutó.

La anécdota que comparte el periodista Javier Rebolledo —uno de los panelistas del seminario— es quirúrgica. Relata su experiencia en el diario La Nación (el medio estatal que en democracia debía ser garante del pluralismo), a mediados de los años 2000, cuando le pidieron “cerrar el tema de los derechos humanos”. La orden era mirar hacia adelante. Rebolledo recuerda que la presión vino de los editores que decían que había “cansancio editorial” frente a investigaciones sobre crímenes de lesa humanidad aún sin resolver. Un eco que vuelve a sonar hoy, con una naturalidad brutal, en la voz del candidato de ultraderecha Johannes Kaiser: “voy a cerrar el capítulo 73-90”.

La pérdida del asombro

El diagnóstico más crudo del seminario apunta al presente. Patricio López, periodista y director de Radio Universidad de Chile, define el problema de fondo como estructural.

Habla de una “anomalía” chilena: que las grandes fortunas, los dueños de los bancos o las cerveceras, sean al mismo tiempo dueños de los principales canales de televisión. Es la concentración que permitió que, por ejemplo, el grupo Luksic controlara Canal 13 o que la familia Edwards mantenga su hegemonía en la prensa escrita a través de El Mercurio. Esta concentración genera un mismo discurso y limita la pluralidad.

La consecuencia de esta estructura, advierte López, es la “pérdida de la capacidad de asombro”.

Hemos normalizado lo inaceptable. Ocurrió esta semana cuando la candidata presidencial de Chile Vamos, Evelyn Matthei, cuestionando el Plan Nacional de Búsqueda, afirmó que “muchas veces es más bien venganza”. Ocurrió, con más estridencia, cuando Johannes Kaiser calificó toda la política de reparación como “pura venganza”.

Pero aquello inaceptable no terminó ahí. Es más, la batalla por la verdad, justicia y memoria se libró incluso en el plano fáctico, en la duda sembrada sobre el dolor, obligando al Servicio Médico Legal (SML) a desmentir públicamente que “no existen osamentas sin periciar”, como insinuó el candidato de ultraderecha.

Negacionismo como arma

Durante el seminario, una de las preguntas más interesantes fue la del abogado máster en derecho penal y garantías constitucionales, Nicolás Arévalo. El profesional propuso un giro conceptual necesario: entender el negacionismo no como una opinión inofensiva amparada en la libertad de expresión, sino como un acto de revictimización que causa un “grave daño psicológico” a las víctimas. “El negacionismo no es un debate de ideas. Es una agresión concreta contra la dignidad de quienes aún buscan a sus seres queridos”, expresó.

Esa “revictimización” se materializó cuando Johannes Kaiser prometió un indulto a Miguel Krassnoff. El exmilitar ha sido condenado a más de 1.000 años por su participación —a través de la Dirección de Inteligencia Nacional (DINA)— en diversos crímenes durante la dictadura, incluyendo el secuestro, tortura y asesinato de Miguel Enríquez, fundador del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), ejecutado en octubre de 1974. Y la respuesta, el rostro humano de esa herida, la encarnó Marco Enríquez-Ominami, también candidato presidencial e hijo de Enríquez: “Él no ha colaborado con la verdad, asesinó a dos tíos míos y a mi padre”.

Incomodar

¿Qué nos queda, entonces, a los periodistas? Una posible respuesta la entregó la periodista y académica, Carolina Trejo: incomodar.

Fue enfática en decir que debemos terminar con la “fomedad” de las conferencias de prensa donde las preguntas son siempre las mismas. De hecho, llamó a hacer las preguntas difíciles y también reivindicó el oficio desde un lugar que la era digital ha olvidado: el encuentro humano. “Esto de mirarte, de sentir al otro, es un valor irrenunciable en nuestra labor de periodistas”.

Esa conexión es el compromiso. Es entender que cuando un candidato presidencial promete indultos a torturadores, no está ejerciendo un derecho a opinar: está infligiendo una nueva herida sobre otra que continúa abierta.

Cierre

La “pérdida de la capacidad de asombro” es el triunfo del olvido. El deber de “incomodar” es la porfía de buscar la verdad donde dijeron que no había nada. Es la pregunta incómoda que se debe seguir haciendo a todos los candidatos y políticos que han relativizado los derechos humanos y el Plan Nacional de Búsqueda.

En el norte y, prácticamente en todo Chile, la memoria de la dictadura es el paisaje mismo. Es la Quebrada El Way en Antofagasta; son los piques de La Veleidosa en Tocopilla o es el desierto inmenso a las afueras de Calama. Allá, en el territorio que la dictadura hirió de muerte, la “búsqueda” no es una abstracción, sino que es la porfía de un desierto que, como las familias, todavía espera.

Tic, tac, tic, tac… El tiempo avanza y los desaparecidos siguen sin aparecer.