- Héctor Vera Vera, exvicerrector de la Universidad del Norte (actual UCN), pasó de ser académico a prisionero político luego del 11 de septiembre de 1973. Sobrevivió a la tortura, al exilio y retornó a un Chile que cambió radicalmente. Su libro, ‘Huellas de un enemigo interno’, reconstruye su historia y la de un país que aún lidia con su memoria.
El café se enfría lento delante de él. Cada tanto, un WhatsApp hace sonar su celular. Prueba el café. Lo endulza. Revuelve. A su lado, los garzones se mueven con los pedidos y los clientes entran y salen del local. Es uno de los cafés del Centro Cultural La Moneda.
Héctor Vera Vera ha vivido muchas vidas en una. Académico universitario, periodista, doctor en Comunicación Social por la Universidad Católica de Lovaina, vicerrector de la Universidad del Norte sede Antofagasta (actual UCN) en tiempos de la Unidad Popular, prisionero político, exiliado en Bélgica, trabajador de una fábrica de aceite y testigo y narrador de la historia reciente de Chile. A sus 81 años, sigue siendo un hombre de ideas firmes y memoria clara. Su vida, marcada por la convicción, la política y las comunicaciones, ahora está plasmada en su más reciente libro: “Huellas de un enemigo interno”, el cual presentará a finales de marzo en Antofagasta.
El exacadémico de la Usach dice que en su vida ha vivido tres etapas. La primera fue cuando, recién egresado de periodismo de la Universidad de Concepción, dejó su sur natal para asumir el cargo de profesor titular de la Escuela de Periodismo de la Universidad del Norte.
La segunda etapa fue el violento final del gobierno de la Unidad Popular con el golpe de estado y, pocos meses después, enfrentó una nueva etapa: el exilio.
Sobreviviente
“Enemigo interno”. El título del libro no es casualidad. Es la forma en que el régimen de Pinochet catalogó a quienes pensaban distinto y que, según la dictadura, eran peligrosos para la nueva sociedad que estaban implantando a fuerza.
El 11 de septiembre de 1973, las tanquetas entraron a la Universidad del Norte. En ese momento, Héctor era vicerrector de la casa de estudios, había sido electo democráticamente tras una votación entre estudiantes, académicos, personal administrativo y de servicio.
Un día después, la noche del 12 de septiembre, Héctor pasó de ser una autoridad académica a ser un prisionero de guerra, un enemigo interno para el nuevo Chile.
Fue arrestado en la Gran Vía de Antofagasta, donde las tanquetas también se hicieron presentes. Los militares lo sacaron de su casa. Pasó la noche en los subterráneos de la exintendencia. Horas después, vendría lo peor: su traslado a la base aérea Cerro Moreno.
Allí sobrevivió a simulacros de fusilamiento, interrogatorios y torturas. Luego vino el exilio, la reconstrucción de su vida lejos de su país, la distancia forzada de sus raíces. Pero nunca dejó de contar lo que vio y lo que vivió.
Antes de lograr salir de Chile, Héctor estuvo preso en la cárcel de Antofagasta. Allí se enteró que fue padre por segunda vez. Se demoraría unos meses más en recién poder ver a su hijo.
“A principios de octubre nos sacan de Cerro Moreno y nos llevan a la cárcel de Antofagasta. Días más tarde, ya estando prisioneros, la Caravana de la Muerte de Arellano Stark llegó a la región”, recuerda.
Seis meses después, su celda se abrió por última vez. No hubo mayores explicaciones ni despedidas. Salió a un Chile irreconocible, donde el miedo se olía y la resistencia se medía en susurros. Poco después, el exilio sería su única opción. Bélgica lo esperaba. Meses más tarde arribó su familia.
Exilio
La puerta del avión se cierra. Los motores arrancan. Ya no hay retorno. Aún en suelo chileno el destierro comenzó para Héctor Vera. Dejó un país controlado por las Fuerzas Armadas, con detenciones, torturas y desapariciones. Dejó su cargo de vicerrector de una de las principales universidades del norte… Y dejó el sueño de seguir profundizando los procesos democráticos que se estaban viviendo.
El avión aterrizó en Bruselas. Héctor fue a retirar el equipaje, el equipaje del destierro.
La primera realidad fue impactante. De vicerrector en Chile pasó a ser un trabajador anónimo en una fábrica de aceites. El idioma era otro muro difícil. “Aprendí francés sobre la marcha, porque no había otra opción, no teníamos amigos ni conocidos”, recuerda Héctor.
El vicerrector confirma que “siempre pensamos que esta dictadura sería momentánea, que el pueblo chileno reconquistaría su derecho a la democracia y que la dictadura era un paréntesis en la historia. Lamentablemente entendimos muy tarde la naturaleza del golpe: refundar Chile, con la ayuda de Estados Unidos”.
Héctor bebe lo último de café que le queda y enfatiza: “de alguna forma, los golpistas chilenos lograron esconder la injerencia de Estados Unidos y, a su vez, ahora se presentan como patriotas y lo que en realidad fueron es ser agentes de una potencia extranjera, donde mataron a personas desarmadas. Entonces, el negacionismo actual surge para justificar las injusticias”.
Después de casi 17 años, Héctor y su familia retornan a su país. Su última hija había nacido en Bélgica y en Chile nacía una nueva democracia.
Retorno
Los motores se apagan. La puerta del avión se abre. Ya no hay exilio. En suelo chileno, el destierro terminó para Héctor Vera.
El exacadémico encontró un país distinto al que dejó, dice. Vio a un Chile más individualista, más cínico, menos dispuesto a recordar un pasado que estaba ahí, a sólo unos pocos meses. La dictadura había terminado, pero sus cicatrices estaban abiertas. La justicia avanzaba a paso lento, si es que avanzaba. Héctor está claro: todavía hay impunidad por crímenes cometidos en esos largos 17 años. “Los Tribunales de Justicia tienen una deuda enorme con el pueblo de Chile. Dejaron que estos abusos se perpetuaran durante décadas”, afirma tajante.
“El libro no lo hice para recordar el pasado, sino para explicarme por qué, cuando Chile tuvo la oportunidad de cambiar la constitución de Pinochet en 2022, decide no cambiarla. El Chile de ahora no es el Chile de principios de los setenta. Es un país consumista, competitivo, individualista y en el libro trato de explicar el cómo se instala una nueva ideología en el país donde los ‘pillos’ creen que resolverán los problemas de manera individual, a través de engaños, de corrupción o de lo que sea, porque ya no hay proyectos colectivos, por lo menos hasta el momento”, expresa.
El café se terminó hace rato. El local ya está por cerrar. Héctor revisa su celular por unos segundos. Afuera, la capital sigue su curso: autos, gente, ruido. Responde un WhatsApp y se incorpora. Camina hacia la salida. “¿Vas en Metro?”.
Artículo originalmente publicado el 24 de febrero de 2025 en La Estrella.