- En febrero fue inaugurado el memorial para recordar a las 120 personas que dieron vida a la reforma agraria en la localidad, la cual terminó con cientos de años donde quienes trabajaban la tierra no eran propietarios. Y es que Pullally fue un fundo con dueños que se transmitieron la propiedad con todas sus dependencias a lo largo de generaciones, incluidos los trabajadores.
“Repartimiento de indios y tierras de las colonias americanas a partir del descubrimiento y conquista, con el fin de protegerlos y evangelizarlos”. Así define el Diccionario Panhispánico del Español Jurídico a la Encomienda.
En otras palabras, era una institución colonial española mediante la cual la Corona concedía a un español (el encomendero) un grupo de indígenas con el fin de que éste pudiera cobrarles tributo y trabajo a cambio de protección y evangelización. Sin embargo, en la práctica la encomienda era un sistema de explotación de la tierra y de la mano de obra indígena en condiciones abusivas. Una esclavitud encubierta.
Generaciones
En el paisaje limítrofe entre el Norte Chico y la zona central, donde la tierra se extiende entre quebradas y ríos, un grupo de indígenas trabajaba sin descanso. Es la zona de la actual comuna de Papudo, específicamente en lo que hoy es Pullally (también Pullalli). Esta localidad era una encomienda a mediados del siglo XVIII.
De acuerdo con el libro “Tradición y modernidad en una comunidad indígena del Norte Chico. Valle Hermoso, siglos XVII al XX”, del doctor en Historia e investigador de la Universidad del Alba, Milton Godoy Orellana, en los límites de Pullally había 451 personas distribuidas en 142 familias… Pero esos números, fríos y distantes, no dicen mucho. De hecho, esconden la realidad que se vivía: mujeres, hombres y niños, muchas veces arrancados de sus territorios y llevados allí para cumplir funciones agrícolas y ganaderas al servicio de los encomenderos.
Y es que el sistema de encomiendas, instaurado en Chile desde el siglo XVI, permitió a los españoles controlar y explotar la mano de obra indígena y Pullally fue una de las encomiendas más importantes de esta zona para la Corona española, con indígenas que debían pagar tributos por generaciones y generaciones sin nunca ser dueños de la tierra que trabajaban.
Lucha por el liderazgo
A finales del siglo XVIII, la estructura de liderazgo indígena entró en crisis. En 1794, el indígena Santos Luan reclamó ante la Real Audiencia el derecho al cacicazgo de Pullally, el cual le correspondía por descender de una familia de líderes ancestrales.
Aunque pudiera parecer un título vacío, no lo era. El cacique –aunque subordinado a la administración colonial– aun así, tenía cierto poder para proteger a su comunidad, negociar condiciones y lograr algo de autonomía. Su batalla legal no era individual, sino colectiva: Santos Luan representaba el esfuerzo de los indígenas asentados en Pullally por mantener alguna forma de autodeterminación.
Fin de la encomienda
Por esos mismos años, es decir, fines de 1700 e inicios de 1800, el sistema de encomiendas comenzó a desaparecer y lo hizo cuando la Corona incorporó a los indígenas directamente bajo su administración, lo cual tampoco mejoró sus condiciones de vida.
Luego vino una política de concentración de habitantes de pueblos originarios, separados de las estancias. Los indígenas de Pullally fueron trasladados a las tierras de la antigua estancia de Varas y Roco, tal como había ocurrido siglos antes: fueron desarraigados y reubicados según decisiones tomadas en los centros de poder, a miles de kilómetros de distancia. Así lo explicó el historiador Milton Godoy.
“Se trataba del traslado de mano de obra indígena que se redistribuía en las tierras de los encomenderos acorde con sus necesidades productivas. Esta práctica implicó el constante movimiento de poblaciones provenientes de diferentes lugares del Valle Central a Pullally e Illapel, donde estaban ubicadas las tierras de los encomenderos”, expresó.
El ciclo de desposesión fue rápido y terminó en 1808, cuando las tierras sobrantes de los pueblos de indígenas de Valle Hermoso y Pullally fueron rematadas. Esto pudiera parecer un trámite, sin embargo, representaba el término de un proceso de despojo que había comenzado con la conquista: la tierra que había sido comunal pasaba a ser propiedad privada y quienes la habían habitado por generaciones, por siglos, quedaban a merced de los nuevos dueños.
Reforma agraria
160 años después la historia cambiaría. La reforma agraria (1962–1973) llegaría a Pullally como una promesa de justicia; un intento de redistribuir la tierra y devolverla a quienes la trabajaban. Era la consagración de un sueño de igualdad y progreso que venía hace siglos.
El 31 de mayo de 1969, bajo la administración del presidente Eduardo Frei Montalva y con él presente en la localidad, la hacienda de Pullally fue expropiada y las tierras pasaron a manos de 120 comuneros.
Ese día, las lágrimas de alegría cruzaron todo el pueblo. Después de siglos, por fin eran dueños(as) de la tierra que labraban.
Memorial a los comuneros
El miércoles 5 de febrero pasado, a 56 años de ese histórico suceso, fue inaugurado el memorial en honor a los 120 comuneros que protagonizaron la reforma agraria en la localidad.
En esa jornada, la alcaldesa de Papudo, Claudia Adasme Donoso, destacó la importancia de este memorial, el cual “viene a recordar a los 120 comuneros que dieron vida a la reforma agraria aquí en Pullally. Es fundamental mantener viva la memoria histórica de nuestro pueblo”.
Y es que el memorial, de varios metros de ancho, tiene grabados los 120 nombres de sus protagonistas y arriba, un campesino con sus animales.
El texto que acompaña al memorial cuenta la larga historia de casi 370 años de los comuneros de Pullally.
“Los 120 comuneros que protagonizaron el histórico proceso de expropiación impulsado por la Ley de Reforma Agraria, fueron la llave que cerró las puertas de la antigua hacienda Pullally para abrirle camino a un pueblo. Este pueblo pasó de un largo periodo de explotación a una vida libre abocada al trabajo comunitario.
Entre 1599 y 1966, Pullally fue un fundo con dueños que, a lo largo de generaciones, se transmitieron la propiedad con todas sus dependencias, incluidos los trabajadores que hasta ese momento formaban parte de los bienes heredables. La lucha ardua y justa llevada a cabo por los representantes de esta comunidad, implicó grandes sacrificios: a riesgo de ser expulsados del único mundo que conocían –un mundo cerrado y lleno de carencias– los campesinos, habiendo creado un sindicato y elaborado un pliego de peticiones, se abrieron paso para participar de las reivindicaciones sociales que se discutían en la capital.
Se juntaban a escondidas, de noche, cuando no había luz eléctrica, bajo árboles frondosos para evitar represalias. Consumada la expropiación, se constituye el asentamiento campesino y el 31 de mayo de 1969, el presidente Eduardo Frei Montalva hace entrega de los títulos de dominio a los 120 socios fundadores que pasaron de ser inquilinos a propietarios del lugar”.
El memorial a los comuneros es un testimonio tangible. Cada nombre es un surco de resistencia cavado contra siglos de injusticia. Ahora sus habitantes son dueños de sus tierras, pero hasta 1969 eso no era así. La propiedad no está sólo en los títulos de dominio, también está en la memoria que se niega a ser olvidada… Y Pullally tiene memoria.
Artículo originalmente publicado el 10 de marzo de 2025 en La Estrella.