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Quebrada El Way: nuevo sitio de memoria para la Región de Antofagasta

  • Tras años de trabajo, reuniones, visitas al lugar y un cansancio que a veces desbordaba, el sitio donde la Caravana de la Muerte asesinó a 14 personas un 19 de octubre de 1973 fue declarado Monumento Histórico. La lucha y convicción, en especial de mujeres, por fin dio resultados.

A pocos kilómetros al sur de Antofagasta, una cicatriz geológica de tierra roja ha permanecido muda. Es la quebrada El Way. Allí, el viento es el único cronista que durante millones de años ha peinado laderas y guardado un secreto a voces. Pero hace poco, ese silencio se rompió.

Suena un arpegio de guitarra en la radio. Es una canción de Illapu. Vía telefónica, Mónica Díaz García, presidenta de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos y Detenidos Desaparecidos de Antofagasta (AFEP-AFDD), recuerda la llamada que lo cambió todo. “Un día suena mi celular y me dicen: ‘Mónica, encontré el lugar exacto, estoy aquí en la quebrada’. Para nosotras fue impactante. Ahí empezó otra etapa en la agrupación”. Quien llamaba era la científica antofagastina, Dra. Cristina Dorador.

Para la ecóloga microbiana y académica de la Universidad de Antofagasta (UA), el involucramiento no fue casual. Su interés nació de una conexión inesperada: la ciencia utilizada para investigar la causa de muerte de Pablo Neruda. “Me llamó la atención porque involucra una bacteria, por ende, quise adentrarme un poco más sobre los aspectos técnicos”, dice. Sobre esto, Dorador cuenta que la tecnología de ADN ambiental que ella usa para estudiar microorganismos en los salares del desierto son las mismas. Esto la llevó a contactar a la Subsecretaría de Derechos Humanos para saber si estaban incorporando estas técnicas en el Plan Nacional de Búsqueda.

El destino la cruzó con Mónica y Sandra Gahona, primero afuera del Ministerio de Justicia y Derechos Humanos en Santiago y horas después en el aeropuerto para retornar a Antofagasta. En esa conversación Cristina les preguntó: “¿saben el lugar exacto donde ocurrió la ejecución?”. La respuesta fue no. Para las familias, el sitio simbólico para conmemorar los crímenes que perpetró la Caravana de la Muerte en su paso por Antofagasta es un monolito en la carretera, no un punto específico en la inmensidad de la quebrada.

Triangulando siluetas

Con el expediente judicial en sus manos, Dorador y el Dr. (c) en Ciencias Biológicas, Jonathan García, se pusieron manos a la obra para encontrar el lugar exacto. Con la ayuda de tecnología, las oscuras fotografías del informe pericial de una reconstitución de escena del 2000 y visitas al lugar, dieron con el sitio. Habían pasado 50 años desde las ejecuciones, pero había algo que el tiempo no podía alterar: el perfil de los cerros.

Triangulando esas siluetas inmutables, caminaron por el terreno hasta que dieron con casquillos de bala. “Fue un momento impactante. Fue hallar una mínima verdad tangible para los familiares que han luchado por tantas décadas”, relata la científica.

Los llevaron vivos

La noche del 18 de octubre de 1973, Antofagasta era una ciudad bajo toque de queda. Mientras el general Sergio Arellano Stark, jefe de la comitiva militar conocida como la ‘Caravana de la Muerte’ cenaba en la casa del jefe de Zona en Estado de Sitio de Antofagasta, general Joaquín Lagos Osorio, su maquinaria de exterminio se ponía en marcha. Su misión oficial, según le comunicó a Lagos, era “uniformar criterios sobre la administración de justicia”.

La operación fue de relojería. Los asesinos ya habían hecho lo mismo en gran parte de la zona centro-sur y venían llegando de La Serena y Copiapó, dejando más fallecidos.

Cerca de la medianoche, dos camiones del Ejército al mando del teniente Pablo Martínez Latorre llegaron a la cárcel de Antofagasta, a pocas cuadras del centro de la ciudad. Retiraron a 14 prisioneros políticos, cuyos nombres ya habían sido marcados en una lista. Fueron entregados “amarrados y vendados”, como consta en la sentencia judicial. Luego, subidos a empujones y golpes a los vehículos, como ganado hacia el matadero. La barbarie se palpaba.

Mientras la ciudad dormía, el convoy inició un recorrido de 17 kilómetros hacia el sur, por la actual costanera. La cordillera de la Costa estaba a minutos de ser testigo de uno de los crímenes más brutales de la dictadura de Pinochet.

Los trajeron muertos

Los detalles más crudos de esa noche fueron relatados por los propios perpetradores durante la reconstitución de escena del 22 de noviembre del 2000. Según el informe pericial, Sergio Arredondo González, segundo al mando de la comitiva, describió el escenario: “Había camiones iluminando el objetivo”. Esos “objetivos” eran seres humanos. Ni un ápice de arrepentimiento a casi 30 años después del hecho.

Arredondo detalló que los prisioneros eran ejecutados en grupos de “tres o cuatro” y que los fusileros eran “muchos más” que en otras oportunidades.

Describió el método como un acto de exterminio puro y duro. “No es como un pelotón de fusilamiento donde alguien dice ‘fuego’. Esta cosa no se produce así. Le ponen al prisionero y el fusilero dispara y se acabó”. Las armas, precisó, “disparaban en ráfaga corta”.

Cuando el juez le preguntó a Arredondo quién dio la orden, su respuesta, registrada en el informe, fue inequívoca: “Mi general Arellano Stark, en Santiago. Nosotros salimos con instrucciones desde allá”.

El testimonio de uno de los choferes de los convoyes es brutal: “una vez que los prisioneros fueron muertos, estos quedaron tirados en el suelo (…) Unos militares comenzaron a tirarlos en la parte posterior del camión”.

Comenzó el retorno. Los mismos vehículos hicieron el recorrido inverso y entraron a la ciudad. Quizás, la sangre de los 14 ejecutados fue goteando por el camino. El testimonio agrega: “Por decisión propia me dirigí en el camión con los cadáveres a la morgue de Antofagasta. Pasadas unas horas, y antes que comenzara a llegar el personal, procedí a lavarlo con agua y una manguera. Era mucha la cantidad de sangre que había quedado”.

Entre los 14 ejecutados estaban el alcalde, gobernador y regidor de Tocopilla, Marco de la Vega, Mario Arqueros y Alexis Valenzuela, respectivamente, además de José García Berríos, dirigente sindical portuario y abuelo de Mónica, también de Tocopilla y, al igual que los demás, militante del Partido Comunista.

La singularidad de este dantesco hecho es que Antofagasta fue el único sitio donde los cuerpos, tras el avance de la Caravana de la Muerte, fueron entregados a sus familiares.

Iniciaba así una lucha de cinco décadas. Una batalla legal que Mónica comenzó con apenas 18 años. Una lucha por la memoria sostenida por una voluntad inquebrantable. “Si no fuera por los familiares, sobre todo por las mujeres, entre ellas Sandra Gahona, yo creo que este hecho hubiese quedado en el olvido”, afirma.

Amenazas

Hoy, el lugar exacto de la masacre enfrenta nuevas amenazas. “Es prácticamente un basural”, denuncia la presidenta de AFEP-AFDD. A esto se suma la intervención de maquinaria de parte de una minera en terrenos aledaños.

Ante esta urgencia, la agrupación, con la asesoría técnica del Sitio de Memoria La Providencia, activó la solicitud de declaratoria de la quebrada El Way como Monumento Histórico. “La ley de monumentos es la única que pasa por encima del derecho a propiedad para así proteger un lugar por su valor social e histórico”, explica Rodrigo Suárez, integrante del equipo de investigación de la Agrupación Providencia y uno de los colaboradores de AFEP-AFDD en este proceso.

La solicitud está robustecida por el trabajo científico de Cristina Dorador, Jonathan García y Valeska Molina. “La ciencia tiene un rol social ineludible. Aquí se cruzan las disciplinas y se ponen al servicio de la verdad. No solo encontramos el lugar, abrimos nuevas puertas”, explica la académica.

Y mientras la ciencia abre caminos para el futuro, la lucha en el presente continúa. La declaratoria “es el principio de una nueva etapa”, dice Mónica, una etapa que “hemos recorrido con grandes compañeras(os) como Carolina Toro, Sandra Gahona y Sebastián Rojas, entre otros”.

Cierre

Son las 17:00 horas del miércoles 3 de septiembre de 2025. Mónica, acompañada de miembros de la agrupación que preside, otros de la Providencia y también de quienes han participado en este proceso, salen del Palacio Pereira, en Santiago, tras la sesión del Consejo de Monumentos Nacionales. Hay emoción en calle Huérfanos. Lágrimas de alegría. Por fin, luego de años de trabajo y más de 50 desde los asesinatos, la quebrada El Way es el nuevo sitio de memoria de la región.

La lucha por este retazo de desierto es una carrera contra el olvido, contra la indiferencia y el negacionismo de algunos sectores políticos. Es el esfuerzo colectivo por resignificar que la tierra roja de ese lugar siga siendo roja por el hierro y los minerales que la tiñe, manteniendo en la memoria el rojo de la sangre de esa noche de octubre.

Mónica y los demás buscan que la quebrada El Way no sea solo un monumento al dolor del pasado, sino a la persistencia de una memoria que se niega a desaparecer, porque al final, detrás de la batalla judicial, de la innovación científica y de la lucha política, la raíz de todo es más íntima y profunda. “Para mí, este lugar representa el último suspiro de vida de mi abuelo”, dice Mónica. Una frase que detiene el tiempo y le da sentido a todo.

Ese último aliento es el que hoy, 52 años después, impulsa a una comunidad a transformar un sitio de exterminio en un monumento a la vida que se niega a ser olvidada.

Suena un arpegio de guitarra en la radio. Es una canción de Illapu: “Aunque los pasos toquen, mil años este sitio, no borrarán la sangre de los que aquí cayeron”.


Artículo originalmente publicado el 4 de septiembre de 2025 en el diario La Estrella.